Moral, intelectual y libertad

Entrevista de Jorge Mañach a José Luis Aranguren
Visitas españolas, Revista de Occidente, Madrid 1960, páginas 287-300

«el oficio de moralista», como usted lo llama, incumbe hoy día a los intelectuales.

—Sí, el moralismo deliberado, formal, se ha ido agotando. Desde el siglo pasado cede el terreno a un moralismo indirecto y menos explícito, ejercido, en forma positiva o negativa, por los hombres de sensibilidad, los artistas, los intelectuales. En él también se ha reflejado la oposición entre la moral de autenticidad y la moral formal o la social. (...) Cuando Flaubert encarnó en su Madame Bovary una rebelión contra las costumbres burguesas, en nombre de la misma «educación sentimental» que su heroína había recibido. La sociedad se sintió entonces amenazada en su propia entraña, y ya sabe usted qué escándalo causó la novela y cómo fue perseguido su autor. Es decir, que la impugnación de la moral dominante en un momento dado, tiene que hacerse desde y hacia dentro, para ser eficaz...

—Pero no toda moral social es censurable, falsa...

—No, desde luego que no. Por eso deberíamos más bien hablar de moral convencional, moral inerte, desustanciada. Una moral viva que se oponga a eso, también es profundamente social. Volviendo a su pregunta: esa acción crítica es la que creo que incumbe hoy día a las personas de sensibilidad.

(...)
En los pueblos sajones, las personas intelectuales, bien que no dejen de ser respetadas a distancia, forman como un grupo aparte, menos entretejido con la urdimbre social común. En nuestros pueblos, en cambio, sucede lo contrario. Precisamente entre nosotras el peligro está en que la persona intelectual se articule demasiado con el resto de la sociedad, subordinándose a los intereses creados y, a veces, organizándose para aprovechar dentro de ella tales o cuales ventajas. Esto desvirtúa su misión esencial. La intelectual tiene que atender a lo social, s'engager, como dicen ahora la gente francesa; pero sin comprometer su independencia para juzgar, criticar, estimular. A la verdad sólo se la puede servir desde la libertad.

(...)
Conciencia moral ante todo, la persona de ese «oficio» ha de conjugar la solidaridad con la soledad. La primera, porque se debe ante todo al bien social; la soledad, porque sólo así puede defenderse de ciertas presiones sociales y de las conspiraciones de gremio o capilla, cultivar la veracidad, el rigor, la modestia austera.

Sigo hurgando en el tema:

—¿Cree usted que deba intervenir en la política?

—Interesarse por ella, desde luego, sí; intervenir, en modo alguno. Hasta cuando menos mala, la política es siempre una simplificación de la realidad, y la intelectual se debe a la verdad entera.

(Se han adaptado algunas palabras para publicar el post con lenguaje no sexista)

Comentaris

Daniel Riera ha dit…
La vida es política.Si no la haces la haran por ti...

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