La reina del Sur, Arturo Pérez-Reverte


p. 120
(...) comprendía que el mundo giraba según reglas propias e impenetrables; reglas hechas de albures - en el sentido bromista que en México daban a esa palabra - y azares que incluían apariciones y desapariciones, presencias y ausencias, vidas y muertes. Y lo más que ella podía hacer era asumir esas reglas como suyas, flotar sintiéndose parte de una descomunal broma cósmica mientras era arrastrada por la corriente, braceando para seguir a flote, en vez de agotarse pretendiendo remontarla, o entenderla. De ese modo había llegado a la convicción de que era inútil desesperarse o luchar por nada que no fuese el momento concreto, el acto de inspiración y espiración, los sesenta y cinco latidos por minuto (...). Era absurdo gastar energías en disparos contra las sombras, escupiendo al cielo, incomodando a un Dios ocupado en tareas más importantes.

p. 127
Ningún miedo es insoportable, concluyó, a menos que te sobren tiempo y cabeza para pensar en él.

p.128
Ya nunca podría hacer que se engañara de nuevo a sí misma, creyéndose protegida del horror, del dolor y de la muerte. (...) Aquella sensación (...) la obligaba a analizarse con más intensidad; con una curiosidad reflexiva, no exenta de respeto.

p.215
Lo que decimos nos aprisiona mucho más que lo que hacemos, o lo que callamos. El peor mal del ser humano fue inventar la palabra. Mira si no los perros. Así de leales son porque no hablan.

p. 225
A lo mejor ocurre que esto es la vida, (...) y el paso de los años y la vejez, cuando llega, no son sino mirar atrás y ver la mucha gente extraña que has sido y en la que no te reconoces.

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