Impecabilidad

No se le había ocurrido escribir sobre aquellos momentos simples de la vida que, de un modo u otro, captaban su atención y le hacían reflexionar acerca de la simplicidad de las enseñanzas. Al final, la verdad - por llamarla de alguna manera - ahí estaba, ante nuestros ojos, susurrándonos suavemente al oído, rozándonos la piel contundentemente.

Delante del humeante té verde con hierbabuena que él le había preparado, seguía pensando en cómo darle acción, cómo incorporar algún verbo a toda aquella sucesión de descripciones que se le estaban ocurriendo. Cómo darle un hilo conductor lógico a todos los pensamientos que galopaban en su mente de forma desordenada. Decidió darle rienda suelta a su espíritu procrastinador.

Allí siguió, sentada en medio de aquella cocina tan elegante. Tiesa como un palo haciendo acopio de toda su característica elegancia que, a veces, camuflaba de torpeza para pasar desapercibida y que allí no necesitaba ocultar.

La simplicidad de los colores de la sala - blanco, gris y rojo - y el aromático té de Marrakech estímulaban su ego. En aquella vivienda, de aquel desconocido se sentía en casa. Era una extraña sensación que le proporcionaba serenidad. Se sentía segura en un entorno ajeno. Para ella, era cercana y familiar.

Parecía como si toda la simplicidad y elegancia del lugar resaltaran todo lo que ella era. No había necesidad alguna de ocultarse, allí no existía nada con qué compararse, nada era mejor ni peor. Todo era igual que ella.

No importaba utilizar el vocabulario que necesitaba transmitir para comunicarse, pues en ese entorno todo estaba a su nivel ni más ni menos.
Todo era simple sin complicaciones.

No necesitaba disfrazarse con las ropas adecuadas para cada situación o persona. Allí simplemente con enderezar su largo cuello y estirar su espalda, se sentía serena.

En aquel lugar, no necesitaba esconder su buen hacer bajo gestos embrutecidos. Pues todo era igual que ella.

¿De dónde salía toda esa vergüenza? ¿Por qué tenía esa imperiosa necesidad de ocultarse? ¿Por qué allí se sentía ajena a todos esos sentimientos? ¿Por qué se acobardaba para mostrarse tal cual era? ¿Temía no estar a la altura? ¿Temía decepcionar?

En pensamiento, agredió a su madre. Maldijo su ansia por pasar desaparecibida. Recordó a su madre diciendo:

- ¿No puedes ser normal? ¿No puedes comportarte y ser igual que la gente?

Controló su agresividad. De nuevo, la verdad - por llamarla de alguna manera - ahí estaba, ante sus ojos, susurrándole suavemente al oído, rozándole la piel contundentemente.

Recobró la percepción espaciotemporal. Se sintió digna de toda atención y cuidado, se sintió digna de la serenidad de aquellos colores, del placer del aromático té, se sintió digna de aquel lugar.

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