Amor mecido

Tantos amantes y compañeros de instantes de vida...

Empeñada en encontrar la persona que reuniera todas las características de todos en una sola. ¡Imposible! ¡Qué presión! ¡Qué exigencia!

Con unos había encontrado complicidad, con otros las risas, con otros las confidencias, con otros el sexo, con otros el desenfreno, con otros la ternura, con otros la paciencia, con otros la sabiduría, con otros la comprensión, con otros la cocina, con otros la lectura, con otros los viajes, con otros…

¿Una sola persona con todo eso siempre? ¡Qué aburrido! ¡Qué previsible! Recordó el tiempo que dejó atrás esa idea que la había atormentado.

Rebuscó y releyó viejas notas de instantes pasados que renacían para volver a saborearlos. Casi todas la emocionaban: palabras lastimeras suplicando atención, trozos de vida explicados en libretas, retazos de libros sugerentes, notas de amor suyas y de otros. Eso era el amor eterno, volvía a revivirlo, volvía a sentir lo que había pasado en cada momento con cada persona. Todos esos instantes eran eternos y podía revivirlos una y otra vez. Los estaba disfrutando de nuevo.

Una nota inspiradora del 2003, un trozo de un libro de Bucay:
“yo había pasado gran parte de mi vida buscando a alguien que me dijera qué estaba bien y qué estaba mal. Buscando a otros que me miraran para verme a mí misma. Buscando fuera lo que en realidad siempre estuvo dentro, debajo de mi propia cocina”

Recogió todos los papeles y los guardó cuidadosamente en la carpeta. Azuzó el fuego de la chimenea, se sentó en la mecedora y cubrió sus rodillas con la manta de crochet que había tejido con la lana de jerséis deshechos.

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