Liberamales

La cabeza yacía ladeada entre sus brazos. Le mordisqueó el cuello. Primero, suavemente haciendo incisión en el punto preciso. Empezó a notar el flujo de la sangre caliente mezclándose con su saliva y con aquella habilidad que sólo ella controlaba, identificó rápidamente los males que dañaban aquel cuerpo, los vinculó a los puntos mágicos y succionó con fuerza.

Antes de que perdiera el color de la cara, colocó el emplaste de hierbas astringentes en el mismo sitio por donde había salido todo aquel dolor. Soltó suavemente la cabeza para preparar el brebaje reconstituyente. Tardó el tiempo exacto para que el emplaste hiciera su efecto y que ninguna marca delatara su magia. Inclinó su cabeza y vertió en su boca el brebaje. Tosió un poco al notar el líquido, pero estaba tan débil que no se despertó. Pronto el color de sus mejillas recobró su tonalidad.
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Se detuvo un momento antes de partir, miró tiernamente su dulce cara y no pudo resistir la tentación de acercarse y besar de nuevo aquellos labios. Por un momento, le pareció que despertaba y que abría los ojos. Aunque ella sabía que el elixir que le había suministrado contenía algo de somnífero para facilitar la asimilación del nuevo estado sin tormentos y que era imposible que estuviese consciente. Eso le facilitaba el tiempo para irse lejos.

Se subió a su caballo volador y surcó el cielo estrellado hasta un destino bien lejano donde liberar todos aquellos males. Aún no sabía si volvería o si encontraría otros destinos y personas que solicitarían sus servicios. Así que se relajó, saboreó los momentos vividos, disfrutó del viento fresco que alborotaba su pelo y se quedó pensativa observando las constelaciones.

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