El gato de la casa

Sus manos se deslizaban sobre el cuerpo de la guitarra. Los dedos acariciaban las cuerdas y su mirada se perdía concentrada en el vacío. Su pensamiento se había alejado de la sala, ya no estaba encerrado entre aquellas cuatro paredes. Allí sólo quedaba el sonido de la música que el instrumento producía al compás de sus movimientos y que el gato, medio pardo, medio blanco, escuchaba desde el jardín.

Alguien salió por la puerta de la cocina y el gato aprovechó para colarse dentro de la casa, subiendo sigilosamente hasta la sala de donde provenía el sonido del instrumento. De un salto, subió con cuidado al diván donde la invitada disfrutaba de la melodía y empezó a tocarle la cara con las patitas. Ella arrugó la nariz y se puso a estornudar interrumpiendo la armonía del momento.

El músico dejó el instrumento a un lado, le alcanzó un pañuelo, ahuyentó el gato y cerró la puerta de la cocina.

- ¿Nos vamos?
- ¿Dónde quieres ir?
- A Menduiña.
- No me apatece ir allí, ¿me llevas a casa?
- ¿No hemos aprendido nada en todo este tiempo?

La pregunta quedó suspendida en el aire, retumbando en sus cabezas.

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