Burbuja de cristal

Se encerró en su burbuja de cristal, decidida a aislarse de todo aquello que la perturbaba. Renunció a aquellas cosas que representaban un coste económico y que le restaban calidad de vida. Compartió casa y gastos, olvidó los nombres de sus restaurantes preferidos, minimizó sus viajes dependientes del consumo de petróleo, renunció a la cultura y el ocio con coste económico y redujo los caprichos que se habían convertidos en hábitos. Así aprendió a disfrutar de cada instante de su vida, en lugar de consumirlo.




Alcanzó la iluminación y salió de la burbuja. Empezó a relacionarse con personas y muchas de esas relaciones volvían a perturbarla y empezó a necesitar recluirse, meditar.




Huía de las relaciones, no alcanzaba a entender cómo mantener su harmonía con las perturbaciones de las mismas. Así que dejó de huir. Se enfrentó a ellas, sufrió, disfrutó, volvió a sufrir. Hasta que un día entendió que el amor era infinito, no tenía forma y no se podía conservar como una cosa inmutable. Así aprendió a amar a las personas, en lugar de tratar de poseerlas.




Alcanzó un nuevo estado de iluminación y se relacionó con todo tipo de personas. Entrenando de este modo su aceptación hacia las otras personas: justas e injustas, vanidosas y humildes, inteligentes y tontas... Pues todas las personas necesitamos una pizca de cada para ser completas.




Desde esa aceptación, empezó a sentirse sola, rodeada y querida, pero sola. Volvió a reflexionar y de nuevo se recluyó en su burbuja de cristal. Desde allí, pensaba algún modo para parar el mundo, para contar su experiencia y hacer llegar su mensaje de amor e iluminación a un mundo lleno de odio y mediocridad. Lo intentó muchas veces y tuvo que regresar a su burbuja.




Se volvió a aislar y decidió relacionarse sólo en un entorno que exaltase sus potencialidades y minimizara su mediocridad. Así lo hizo. Era una iluminación harmónica, sólo apta para aquellas personas que querían apreciarla. Iba y volvía de su burbuja a sus anchas hasta que un día, la mediocridad llamó a su puerta invitándola a viajar a Moutonlandia, tierra de ovejas blancas y borregos.




Para tal ocasión, debía disfrazarse de oveja, de otro modo rápidamente el rebaño acobardado ante un nuevo ser se hubiese alejado. Camuflada de oveja, se pudo unir a un rebaño al que hacía tiempo había abandonado. Pronto se horrorizó, comprendió que en su burbuja de cristal y con sus incursiones a otras burbujas de cristal se había alejado tanto del rebaño que ya no pertenecía a él. Se sintió triste, pensó si la vanidad había hecho mella en ella por considerarse diferente.




Se repuso rápidamente de tales pensamientos negativos y firme trató de distinguir algún caballo o yegua disfrazados entre el rebaño. No divisó ninguno y disfrutó todo lo que pudo de lo que quedaba de día. Al finalizar, se recluyó en su burbuja de cristal. La incursión le había servido para valorar las otras burbujas de cristal y la suya propia. No trataría de inducir a ninguna oveja hasta una burbuja de cristal, prestaría ayuda a quien lo pidiese.




Ella vive todos sus instantes eternos para alcanzar su iluminación en cada uno de ellos, a veces en su burbuja de cristal y otras fuera de ella.

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