Patchwork de inspiración

El dolor, en mi pecho, el dolor ya no vive:
todos los velos cayeron ante mis ojos claros;
mi corazón es un papel rugoso donde escribe
un muchacho travieso versos locos y raros. (1)

Hay tardes en las que uno desearía
embarcarse y partir sin rumbo cierto,
y, silenciosamente, de algún puerto,
irse alejando mientras muere el día.

Emprender una larga travesía
y perderse después en un desierto
y misterioso mar, no descubierto
por ningún navegante todavía. (2)

Y sé que llevo en mis bolsillos
monedas de inquietudes
(...)
Y regañé muchas veces al destino
Y oculté en la tiniebla desolada
mis propias iniciales. (3)

Pero siempre la vida. Pero siempre.
Salgo por las mañanas
olvidando la llave, los recuerdos
y al voltear una esquina me sorprendo
tremendamente solo,
mas siempre sobrando uno,
mas siempre faltando uno.
Esa, la vida igual y sin remedio.
Por la calle y la puerta conocida,
pensando en ti y a ratos olvidándote.
Cuando vuelvo de noche, ya sin tiempo,
camino de mi cuarto y de tu nombre,
me duelen los hermanos en el olvido,
compañeros de banca, de protesta,
de lluvias, de lección y de pisadas.
Y en la delgada calle y en el viento
que se deja llevar por una mano
y en ese poco de alma que es la música
filtrada por la luz de una ventana,
los hombres, nada más, siempre los hombres,
la vida, nada más, siempre la vida.
Y comprendo a los hombres. Y les amo.
Y comprendo a la vida. Pero la amo. (4)

pero se tocaron los dedos nomás con timidez de ciegos
avergonzados por esa infidelidad que iban a cometerse (5)

Extret de Un poc de poesia equatoriana Der Zauberberg

(1)Miguel Ángel León, Epílogo
(2)Ernesto Noboa y Caamaño, Emoción vesperal
(3)Hugo Mayo, Todo lo que soy
(4)Alfonso Barrera Valverde, Los profundos regresos
(5)Jorge Enrique Adoum, Recuerdo de la bella

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