Olvidar lo que no merece ser recordado

Sin permitirse el placer de cagarse en la madre que parió a semejantes engendros de la sociedad, se puso su música para dejar de escuchar sandeces y críticas que no aportaban nada.

Simplemente deseaba no estar. Prefería terminar con su existencia que seguir en aquel entorno hostil y de malos sentimientos y vibraciones. Notó como se escapaba su energía. Recordó como criticaban a otras personas con risas crueles y se estremeció. Apretó el paso y se alejó rápidamente de aquellas gentes.

Llovía con ganas y alargó las zancadas hasta el primer refugio que encontró en el camino. Se quedó pensativa, temblando y, calada hasta los huesos, continuó caminando.

Llegó a casa. Se observó rápido en el espejo del pasillo. Su piel de color oliva amarilleaba, tenía la mirada vacía y marcada por unas ojeras de color violeta, la ropa y el pelo chorreando. Seguía temblando. Descargó sus cosas y se fue a la ducha. El agua ardiendo calentaba su piel destemplada. Secó su cuerpo delicadamente y recorrió la casa, evitando todo lo que pudiese reflejar su imagen. En la sala, busco el sillón y se acurrucó en posición fetal, con los brazos rodeando sus rodillas. 

¿Para qué existían personas como aquellas? Pensó. 

Alargó el brazo hasta la estantería buscando "Mecanoscrit del segon origen" y recordó la hecatombe del libro, ojeó el libro. En días como esos, sólo se le ocurría una solución de esa índole para la humanidad. 

Quitó de su mente aquellos pensamientos, dejó el libro en su sitio y se levantó. Volvió a pasar por delante del espejo y se atrevió a mirar su imagen, transparente como la de un fantasma. Arrastró los pies hasta su cuarto y se sumergió entre las sábanas de la cama, olvidándose de lo que no vale la pena recordar, olvidando sus nombres y sus teléfonos, olvidando sus pocos escrúpulos y su falta de sensibilidad.

Cogió un tarro de crema perfumada, la abrió y la olió. Miró sus pies lastimados.

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