Uno y medio

Como era costumbre en sus dominios, cierto gobernante tenía casi un centenar de esposas, quienes ya le habían dado una numerosa descendencia. No obstante parecía insatisfecho, ya que no perdía oportunidad de seducir a cuanta mujer estuviese a su alcance.

Una vez en una fiesta le llamó la atención una hermosa dama, esposa de uno de sus ministros más queridos, lo cual no impidió que se encaprichara con ella. Envió lejos al letrado para un trabajo que duraría varias semanas y se presentó en casa de su esposa, la cual, ya conociendo la fama del monarca, decidió rechazarlo con educación mas sin provocar su enfado. Le agasajó con sus mejores manjares y ofreció una fiesta en su honor.

Sentado el monarca entre los bellos cojines de la casa, comenzó a recibir platos y más platos en hermosas vajillas, cada uno con formas distintas aunque con el gusto igual en sus sabores. Tras varias horas y apenas habiendo probado algún pellizco de los platos, dijo que no quería comer más. La dueña se presentó entonces vestida con sus mejores galas y más esplendorosa que nunca.

- Espero que su alteza esté satisfecha- dijo con reverencia.

- Todo ha estado exquisito- respondió el monarca- pero, para hacer honor a la verdad, me ha parecido que todos vuestros manjares sabían a lo mismo.

La mujer dibujó una sonrisa de disculpa y respondió:

- Es posible, mas supongo que su alteza ya estará acostumbrado a que todo le parezca igual. Vuestras cien concubinas han de tener el mismo sabor, de modo que no sé por qué ha de buscar fuera de palacio algo que le sabrá exactamente a lo mismo. Mi querido esposo sólo me tiene a mí, y por supuesto que para él sólo guiso platos de distinto gusto.

El gobernante no pudo dejar de admirar la aplastante lógica de la esposa del ministro, y tras besarle las manos en señal de respeto se retiró con la lección bien aprendida.

Parábola sufí - "Cuentos mágicos para comprender tus emociones" de Abel Pohulanik
Cuento del boletín de abril de Excellence

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